Visto aisladamente, el escándalo del plagio de la tesis que permitió a Enrique Peña Nieto obtener el grado de licenciado en Derecho podría parecer un caso de tantos que se acumulan en los anaqueles de la vida académica de los cientos de universidades de este país. Sin embargo, este “pequeño detalle” –aceptando la minimización mediática que a ultranza ha pretendido hacer el círculo cercano al mandatario– se acumula a otros que han mermado la autoridad presidencial.
Aquel Peña Nieto que lucía impecable después de su Segundo Informe de Gobierno y cuyo brillo se asemejaba al del rey Midas logrando seducir a la oposición, comenzó una debacle tendencial e irreversible en términos de su imagen ante la opinión pública nacional e internacional después de la desaparición de los 43 normalistas.
La Casa Blanca, el departamento en Miami, la incapacidad de frenar la ola de violencia que se desató desde el sexenio anterior, vaya, hasta la frivolidad de funcionarios como Alfredo Castillo Cervantes o Rosario Robles, han sido signos de una clase política que ha agotado sus formas de interlocución con una sociedad mucho más dinámica y compleja que la que gobernó el PRI mucho antes de la alternancia.
Pero por si faltara poco, la economía mexicana ha comenzado a ser otro dolor de cabeza. Y es que calificadoras internacionales como Moody’s, Standar and Poor’s y Fitch Ratings –otrora fieles apologistas de las recetas de política de ajuste estructural– han cambiado su perspectivas futuras sobre los riesgos económicos del país.

(Foto: TAVO)
Moody’s ha sostenido una calificación de riesgo para México como A3, pero con perspectiva negativa. Por su parte, Standar and Poor’s cambio de estable a negativa la perspectiva de la calificación crediticia de riesgo soberano. Fitch Ratings modificó la calificación en escala internacional en moneda local del riesgo soberano de México de A- a BBB+.
Sin embargo, estos son los síntomas de un malestar añejo y crónico que aqueja a la economía mexicana. La tendencia a la baja en las tasas de crecimiento económico sexenio tras sexenio, junto a una Reforma Fiscal que resultó exitosa en términos de recaudación pero lesiva para un sector de la economía formal sobre el cual ha pesado históricamente la carga tributaria, son elementos que explican buena parte de los riesgos que pueden ser vistos como una bomba de tiempo en el mediano plazo.
Aunado a ello, el elevado crecimiento de la deuda del país, que pasó de 28 al 42 por ciento del PIB sólo en los últimos diez años, significa otro foco de alarma que no puede ser entendido sino desde la irresponsabilidad gubernamental que año tras año traza escenarios de política económica que sobreestiman el crecimiento de la economía y, en consecuencia, la capacidad de recaudación de la autoridad hacendaria.
Un elemento adicional detrás de esta nueva condición de riesgo de nuestro país es la calidad del gasto público. No hace falta mucho análisis para entender que los ajustes presupuestales han lastimado a la inversión en infraestructura –colocándola en niveles históricamente bajos– y a los programas sociales, dejando prácticamente intacto el gasto corriente.
A la vista no aparece asidero alguno que sirva para que el mandatario mexicano recomponga su desgastada imagen. Tampoco entiendo la lógica con la que Peña Nieto ha procesado los momentos crisis, es previsible que haya una reacción extraordinaria. En este entorno, el magro desempeño de la economía mexicana podría ser el puntapié a la salida del presidente y de su partido de la residencia oficial de Los Pinos.
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