De manera recurrente se ha dicho que el presidente, Andrés Manuel López Obrador, polariza al país. A punta de repetir esta letanía, la oposición ha vaciado de contenido a la palabra “polarización” y ha llevado a que propios y extraños la utilicen con toda ligereza, algunos para negar que el tabasqueño “polariza” y otros para reafirmarlo dogmáticamente. La acción de polarizar significa, según la Real Academia de la Lengua Española, orientar en dos direcciones opuestas, o bien, concentrar la atención o el ánimo en algo; y quizá en la segunda acepción, López Obrador sí es un agente polarizante, pero en la primera, significaría concederle mucho.
Cuando se reitera ad nauseam que el presidente polariza al país, se le concede a un sólo individuo una capacidad de actuar sobre las masas semejante a la de un mesías, a la de un caudillo, a la de un iluminado. En efecto, al dotar a López Obrador de poderes supraterrenales para polarizar a la sociedad mexicana, sus detractores le dan las facultades por las que justamente le critican; negando a toda otra institución o ente, alguna capacidad de acción. La oposición otorga al mandatario, contradictoriamente, aquello que ataca.
Pero este país no vio nacer sus contradicciones que le polarizan con la llegada de la Cuarta Transformación al poder. México construyó su realidad polarizante cuando se agudizaron al menos tres tendencias de forma clara: la concentración de la riqueza y los ingresos, la dirección opuesta que tomó el crecimiento económico en las diferentes regiones del país y la contradicción lacerante entre la ley escrita y la violencia impune. Se equivoca y le concede demasiado poder al presidente, quien señala que en él está la responsabilidad de esta polarización.
En efecto, la riqueza y la pobreza en el país caminaron en direcciones opuestas durante años. Desde 1988 el coeficiente de Gini -que mide la concentración de la riqueza- se ha encontrado por encima de la media de los países de la OCDE, y en el 2018 un sólo mexicano concentró tanta riqueza como a la que poseían 60 millones. Frente a este fenómeno, los paliativos que acataron a tomar los gobiernos neoliberales fueron insuficientes. De 2008 a 2018, la Coneval reporta un crecimiento en términos absolutos del número de mexicanos en situación de pobreza pasando de 49.5 a 52.4 millones de mexicanos.

(Foto: Especial)
Otro fenómeno polarizante que se urdió en México por décadas fue el de las diferencias entre el desarrollo de las regiones. En nuestro país coexisten cuatro países, cuatro economías que caminan por rumbos distintos: el potente norte que aporta casi un tercio del producto interno bruto y con un 30 por ciento de la población en pobreza, el occidente que no despega y que aporta el 19 por ciento del PIB y con un 40 por ciento de nivel de pobreza, el centro que se acerca a las capacidades norteñas produciendo un 32 por ciento del PIB y con sólo un cuarto de su población en pobreza, mientras que hay un sur – sureste rezagado que apenas aporta un 17 por ciento a la producción nacional y con un 70 por ciento de su población en condiciones de marginación.
Finalmente, la espectacularidad con la que creció la violencia en los últimos años ha caminado en sentido contrario al de las instituciones y la legalidad. Las cifras de crímenes no reconocen estacionalidades -aunque mañosamente se presenten comparativos en tasas anualizadas- y mes con mes desde 2015, el número de homicidios dolosos crece arrojando una pendiente positiva en su comportamiento tendencial, la cual parece haberse acercado, sin embargo, a una pendiente horizontal en los últimos diez meses.
Pese a ello, López Obrador polariza. Polariza en el otro significado de la palabra puesto que ha logrado concentrar la atención de los mexicanos en estas lacerantes desigualdades que están detrás de la violencia que hoy parece no tener cuartel. Su discurso polariza, en la medida en la que nos lleva a ver los horrores de un pasado que restó oportunidades a muchos jóvenes y lanzándolos al desahucio del crimen para luego declararles una guerra en la que los muertos inocentes eran simples “daños colaterales”.
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