Esta tercera entrega registra que David Huerta, lanza en 1972 su primer encuentro con la poesía a través de un verso de Jorge Guillén: “Todo lo inventa el rayo de la aurora”. A partir de este verso, queda claro, tiene interés para llegar al encuentro de su propia construcción poética. Salen a relucir lecturas. Parte de esto se encuentra en el título El jardín de la luz. Por supuesto, tiene la presencia visible del versículo extraordinario y deja entrever la viabilidad del poema. Es su acierto, su carta de presentación. Lo que entonces no parecía es que hay que insistir que se encuentra la ramificación que termina por consolidar el verso corto, medido, extensísimo, novedoso: la fuerza de su exploración está presente por el lenguaje y el idioma. Es el germen de un autor que explorar la palabra, el idioma, la escritura. En esa dimensión, en el poema, lo lleva a decir con pasión dudas, angustias e interrogantes sobre la vida, la muerte, el dolor, la desolación, el amor y la fuerza de éste y con estos elementos explorar el lenguaje. Para aquel año es un autor que empieza a poner a prueba sus herramientas literarias y hace visible su poesía. Sale triunfante. Uno de esos poemas sintetiza coordenadas de aquel año que caracteriza el ejemplo de su iniciación lírica: “El mediodía/ se angosta, se adelgaza;/ enarbola en su cúspide cantiles/ desmedidos de luz y destruye/ su acosada sustancia sobre el campo./ Finge una eternidad entre las alas/ del instante voraz que lo consume;/ iza el hermoso resplandor intacto/ de su linaje enhiesto;/ se devora/ a sí mismo; se recrea y se cumple”.
“Visión del mediodía” es un poema que muestra su disposición para busca consolidar alrededor del lenguaje, alcanza el resplandor del lenguaje intacto: ya sea por su búsqueda de la metáfora que construye, eleva, precedida por los versos del epígrafe de Octavio Paz: “¡oh, mediodía, espiga henchida de minutos/ copa de eternidad!”, de Himno entre ruinas.
Para David Huerta se visualiza que es un poeta que “recrea y se cumple”, deja ver que estamos ante un autor que potencializa la búsqueda a través de la escritura. Por lo mismo es decisiva su poesía, surge por la condición de imágenes, capta la tarde, el helecho del jardín, el ocaso del patio, la construir de cosas cotidianas, su propia contemplación para hablar del arraigo en la casa familiar y consolidar en estos versos simplemente la distancia de la vida que va dejando atrás.
Así pues, Cuaderno de noviembre irrumpe con esa potencialidad del verso, ese lirismo, el ritmo para anotar el efecto de las palabras: su dinámica fresca, presencial, llena de humo; la consabida solemnidad que seguramente bebe de las fuentes de los clásicos castellanos, en particular, el gongorismo; confirma su poética. Deja atrás dudas que seguramente rodearon sus primeros años; sí, escribía o permanecía, iba más allá del intento, sabiéndose hijo de un poeta notable y destacadísimo. Tuvo esta correspondencia y negarse o negársele un lugar propiamente suyo. Hoy día, los poemas destacan por esa fuerza personal, podríamos anotar que su obra es muy distinta de aquel poeta, sin duda, al que reconoce con justicia literaria como uno de sus maestros.
Un título como Huellas del civilizado destaca por la voz modulada y esa parte que es naturalmente un coloquialismo impresionante de ritmos cortados y regidos de imágenes de la vida inmediata, vivida con modelos de liberación entre lo que dice y registra la voz ante la mujer, la situación sentimental, la liberación femenina y, además, es el tercer título de su poesía. El verso en este título es desigual y coloquial. Está lleno de crónicas, registra historias y sucesos. Por el ritmo, la sonoridad avasalladora de la realidad de los años setenta, inicia por gestar su autobiografía soterrada que linda en la zona urbana de la ciudad de México, desde ésta, logra hablar de sí mismo. Ya lo han dicho: el manejo de su correspondencia con el idioma, su escritura en parte, sintetiza el verso en el poema “Graffiti”: “Manejas con pulcritud/ la prosa castellana./ Tu verso es tan grave y ceñido./ Tu prosodia es exacta./ Tienes porte académico/ y un pensamiento digno.// El ministro leerá –qué duda cabe–/ Espléndidos discursos”. Porque con este título es David Huerta otro, incluso, es un autor que templa alcances: habla en un tono que dice, prefigura y anota la presencia de los placeres ambiguos, sobre todo, la construcción del poema es más que una identidad suya.
La poesía de David Huerta después de “incurable”
David Huerta y su concomitante fijeza lírica
DAVID HUERTA Y SU CONCOMITANTE FIJEZA LÍRICA
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