
Fue el 21 de mayo del año 2002, que la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó el Día Mundial de la Diversidad Cultural para el Diálogo y el Desarrollo como una manera de reconocer la importancia de la pluralidad cultural y promover principios como la diversidad, el diálogo y el desarrollo entre las culturas del mundo, para hacer frente a las leyes ciegas del mercado, la búsqueda a toda costa de superganancias y el deseo de imponer un modelo único de dominación que sólo garantiza los privilegios de unos pocos a costa de la degradación de la mayoría.
La defensa de la diversidad cultural frente a visiones hegemónicas, el predominio de valores éticos y estéticos en oposición a enfoques comerciales, la salvaguarda de la identidad y la vinculación de la cultura con la preservación de la especie humana, hoy se presentan como asuntos de plena urgencia en el debate de ideas de estos tiempos… máxime en países como el nuestro, lacerado por el abandono de eficientes políticas culturales y educativas, lo que nos ha colocado en significativos lugares de violencia a nivel mundial, solo equiparable a la que se vive en países en guerra.
El arte y la diversidad cultural representan una forma de resistencia en el mundo actual y no sólo eso: también marcan la mejor ruta para entender la complejidad del presente y son una fuente fundamental para las decisiones políticas y la defensa de las libertades y los derechos humanos. Hay quienes afirman (y a muchos convencen) que todas las respuestas a las crisis deben emanar de las culturas. No de una sola cultura, sino de todas y cada una de ellas. En México, por ejemplo, el reconocimiento auténtico a nuestra diversidad cultural, resultaría el mejor antídoto para empezar a erradicar la discriminación, el clasismo y el sexismo, ingredientes que nutren a la violencia.

(Foto: Especial)
En este siglo XXI se nos ofrece la prerrogativa de comprender a mayor profundidad los cambios civilizatorios que están ocurriendo en todo el mundo, y como muchos autores en temas culturales y educativos mencionan, ello da paso a “la nueva reflexividad que será característica de la civilización del nuevo milenio”. En otras palabras: a nivel planetarios crecen la capacidad y el interés de analizar la variedad de opciones, la diversidad que nos ofrece la nueva interactividad mundial para reconstruir nuestras vidas individuales e insertarlas, de manera consciente, en el plano de la colectividad. Así que está en nuestras manos, a partir de la diversidad, construir la sociedad del nuevo siglo.
En todos los campos del desarrollo actual vemos cómo, por lo menos de manera discursiva, se reconoce la importancia de la cultura. Y precisamente, en la Conferencia sobre Políticas Culturales para el Desarrollo, realizada en Estocolmo, Suecia, en la primera década de este siglo, la conclusión a la que llegaron los países participantes, es que “necesitamos libertad para crear (para crear gobernabilidad y convivencia, para volver a organizar las entidades en un mundo de democracia y comunicación) en un ámbito de respeto y comprensión hacia lo diferente”. Así se reconoció la importancia de la de la pluralidad cultural que posee la humanidad, así como la necesidad de promover principios tan importantes como la diversidad, el diálogo, el respeto y el desarrollo sostenible entre las diferentes culturas, proponiendo el 21 de mayo para tener presente, alrededor del planeta, el Día de la Diversidad Cultural.
Todavía hoy, en muchos lugares, la fecha pasa desapercibida, aún cuando muchos/as sabemos lo necesario que resulta, en un mundo caracterizado por acelerados cambios, reafirmar nuestras identidades y a la vez mantenernos receptivos/as a otras culturas. En México sobre todo, entendemos que uno de los factores que contribuyen a generar violencia (personal y social) es sin duda la carencia de valores culturales, que algunos especialistas definen como “crisis de identidad”, y que se vive en todos los ámbitos sociales. De ahí la pertinencia de trabajar recuperando conocimientos, valores y proyectos de vida que nos permitan reforzar lo propio para no sucumbir ante lo ajeno.
Sabemos que desde nuestro nacimiento, cada uno de nosotros/as se distingue de los demás gracias a nuestro perfil personal: las características genéticas y físicas que heredamos de nuestros padres y antepasados; nuestro apellido -que heredamos- y el nombre -que recibimos- pueden ser cambiados durante el curso de nuestras vidas, aunque siempre formarán parte integral de nuestra identidad personal.
Sin embargo, la identidad no es privativa del individuo. La pregunta “¿quién soy?” está estrechamente vinculada con la pregunta “¿quiénes somos nosotros/as?”. “Nosotros/as” puede representar a un grupo étnico, la nación a la que pertenecemos o la fe que profesamos. Como miembros de un grupo, estamos vinculados a otros miembros, principalmente a través del idioma, las creencias, los rituales, el código moral, las costumbres, la forma de alimentarnos, el modo de vestir, etcétera.
Pero al igual que los individuos, las comunidades (grupos étnicos, naciones) a las cuales pertenecemos, también cambian con el paso del tiempo como resultado de su interacción con el entorno natural y con otras comunidades y culturas. Si bien éste siempre ha sido el caso, el ritmo e intensidad de los cambios actuales ha aumentado considerablemente desde el siglo XX, sobre todo por el proceso conocido como “globalización”, que resulta eminentemente económico.
La UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) ha venido alertando, sobre todo en las últimas dos décadas: “La cultura está atravesando por un período de constante globalización y no podemos ignorar los riesgos que ello conlleva, siendo uno de ellos -y por cierto nada trivial- olvidar el carácter único de cada ser humano; a él corresponde elegir su propio futuro y desarrollar su pleno potencial dentro de la cultivada riqueza de su tradición cultural, la cual, si no somos cuidadosos, puede ser puesta en peligro por eventos contemporáneos, como los programas que tienen como objetivo principal generar ganancias para un grupo empresarial, utilizando o convirtiendo en espectáculos manifestaciones culturales de los pueblos.
En México, por ejemplo, los pueblos indígenas son quienes imprimen al país una riqueza cultural que nos permite ocupar el octavo lugar en el mundo en cuanto a diversidad cultural, además de otorgarles el reconocimiento histórico de ser, todos esos pueblos, el origen de la nación mexicana.
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