
Cada 23 de abril, se celebra mundialmente el Día del Libro y del Derecho de Autor, como ha venido sucediendo desde 1995, cuando Federico Mayor Zaragoza, entonces director general de la UNESCO, anunció que por unanimidad del pleno de ese organismo internacional, se decidía esa fecha para tener presente que “el libro ha sido, históricamente, el instrumento más poderoso de divulgación; que toda iniciativa para promover la difusión del libro es un factor de enriquecimiento cultural para todos aquellos que tienen acceso a él y que, además, puede aumentar la sensibilidad de la opinión con respecto a los tesoros del patrimonio cultural mundial, y promover la comprensión, la tolerancia y el diálogo”.
Resulta importante mencionar que el día se eligió porque coincide con el fallecimiento de William Shakespeare y de Miguel de Cervantes Saavedra: ambos en 1616. Y hay quienes opinan que en el santoral cristiano el día está dedicado a San Jorge, quien metafóricamente venció al dragón de la ignorancia, por tanto, es un personaje que acompaña los festejos librescos en España y Francia, por ejemplo.
Quienes tenemos un especial afecto por los libros, sabemos que esa relación empezó cuando aprendimos a escuchar y a amar las historias… posteriormente, el paso hacia la lectura resulta natural. Las personas que gustan de narrar (me incluyo, entre ellas) se proponen, por lo general, recuperar el misterio por la vida; que la gente aprecie, disfrute y sea feliz ante cualquier circunstancia, sintiéndose capaz de cultivar una pasión, considerando que la narración y el cuento son mundos de lo posible. Además, tenemos la certeza de que niños y niñas tienen la capacidad para cambiar las cosas y su propia vida, como sucede en los cuentos.
Actualmente se considera que la producción de libros depende del grado de desarrollo de un país, y lo que es tal vez más importante, de la política cultural vigente en él, por lo que entendemos que nuestro país aún se encuentra muy lejos de alcanzar una mejora al respecto, ya que nos encontramos en los últimos lugares a nivel mundial en hábitos de lectura, y también en los penúltimos en cuanto a producción de libros. Aunque son los libros los únicos garantes de nuestra verdadera soberanía cultural, las librerías en el país desaparecen y los aparatos audiovisuales, computadoras y teléfonos celulares se multiplican.
“Durante muchos años, el sistema educativo puso poco énfasis en la procuración del hábito lector”, afirma Adriana Malvido, quien escribe con pasión acerca de libros, autores, lecturas y lectores. Esos “muchos años” representaron épocas durante las cuales la lectura desde la escuela, fue una obligación; el resumen literario una tarea y la biblioteca, un castigo: todavía hoy se ven las consecuencias en varias generaciones (notorias, sobre todo entre el magisterio), para las que el libro es el último de sus productos de consumo.
Cuán grande puede ser el amor por los libros, lo ejemplifica Miguel Ángel Porrúa, quien afirma: “Nací entre libros. Mi padre fue librero toda su vida, mi abuelo también; a mí me llega por herencia. El amor que tengo por los libros me fue dado como si fuera leche materna”. Ese amor lo ha demostrado como editor y coleccionista de libros notables, los cuales conforman su biblioteca personal, que generoso comparte con amigos e investigadores. Apasionado de la historia de México, ha logrado conjuntar alrededor de 18 mil volúmenes con obras desde el siglo XVI hasta la actualidad. También la publicación de libros, que le apasiona, ha rebasado los 3 mil títulos, publicados en diversos campos del conocimiento con especial interés en México y su área de influencia.

(Foto: Cuartoscuro)
La admirable Elena Poniatowska, en un artículo publicado en el contexto de una venta de bodega que realizó el Fondo de Cultura Económica hace dos años, describía: “Medidas como éstas, fomentan la lectura mejor que el eslogan que aconseja leer 20 minutos al día. Estos siete días que duró la venta, nos hicieron cavilar si de veras los mexicanos no leemos. (Aunque) son muchos que leen sólo para conseguir el diploma que colgarán en la sala con los trofeos de futbol o de karate. Y muchos funcionarios compran libros con lomo de cuero para detrás guardar sus botellas de licor. Otros no recuerdan tres títulos seguidos y, sin embargo, llegan a presidentes de la República. Un ejemplar que vende en un año más de 10 mil ejemplares es un best seller, sin que importe su calidad; en cambio son muchos los buenos libros que se quedan, porque nadie los compra”.
Por ella sabemos que, según datos de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, Finlandia encabeza la lista de países industrializados que más leen, con un promedio de 264 títulos por cada 100 mil habitantes y que este fenómeno responde a que la nación tiene una excelente red de bibliotecas públicas que cada año prestan a domicilio miles de volúmenes.
Paco Ignacio Taibo II, a propósito de los siete años de vida de la Brigada “Para leer en libertad”, mencionaba: “Habitualmente no creo en los milagros, pero cuando me siento a intentar armar un resumen de lo que han significado siete años de la Brigada, tengo la insana sensación de que hay algo de mágico en esta experiencia. Hemos hecho desde la sociedad lo que los aparatos del Estado fracasan en hacer día a día. Logramos colaboraciones con instituciones del gobierno de la Ciudad de México, un partido de izquierda antes de corromperse, organizaciones sociales y sindicatos y juntos organizamos más de 200 acciones de promoción de la lectura que incluían un gran remate de libros, conferencias en comedores populares, un curso llamado Historia de México para Ciudadanos en Rebeldía; 25 tianguis a lo largo y ancho de la ciudad de México y editamos 11 libros que se regalaron. Con el lema ‘Salva un libro, no permitas que lo destruyan’, en 2010 participaron 102 editoriales, vendiendo en un remate 850 mil libros. Todo, a pesar de lo que se afirma: ‘En México no se lee’.
El mundo del libro, la experiencia única que ofrece en el ser humano para su desarrollo como tal, no desaparecerá, dicen los expertos, pero se encuentra en peligro (por lo menos en algunos lugares). Por tanto, quienes nos decimos amigos de los libros y de la lectura, tenemos mucho qué hacer para evitar que ese mundo mágico y sorprendente de la palabra impresa sea devorado por “la nada”, aquella niebla densa y oscura que describe Michel Ende en su Historia sin fin.
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