Tercera y última parte
Troy sabía que varias culturas indígenas habían habitado primariamente el territorio de lo que era su Méjico, que durante varios siglos, indígenas, criollos y mestizos, y sus descendencias, un poco mezcladas, habían cohabitado, siempre con una predominancia económica, política y social de los de sangre española más pura. Y que había sido hasta finales del siglo XX y principios del XXI que amplios sectores de la población que por autodeterminación se llamaban indígenas habían tratado de hacerse del poder sin éxito. Por lo que para la década de los años 70 del siglo XXI, supremacistas hispánicos habían logrado acabar socialmente con las personas de origen indígena, las cuales eran identificadas principalmente por el color de su piel. La discriminación fue creciendo hasta volverse segregación no sólo social, sino física. Las personas de piel morena fueron confinadas, legalmente, en reservaciones ubicadas en lugares poco habitables, y vigiladas con estricto control sobre sus acciones y su reproducción. Aquellos que pudieron probar su preeminencia hispánica en su árbol genealógico, y que la genética les había jugado una mala pasada al hacerlos más oscuros que la mayoría de sus comunes, se salvaron de ser llevados a las reservas, pero pasaron a ser la base sirviente de la nueva sociedad mexicana.
Luego entonces, Troy nunca había visto una joven morena, clasemediera, con aires de autosuficiencia y seguridad. Características propias de la libertad que hoy carecían las mujeres que pudieran tener los rasgos fisonómicos que tanto impacto le produjeron.
La vida de Troy no volvió a ser igual, su corazón se quedó atrapado en el pasado, se volvió taciturno y cada que sus posibilidades financieras se lo permitían acudía virtualmente a la Morelia de principios del siglo XXI. Acosaba como fantasma errante a Ireri, o más bien a una grabación de una mujer desconocida que había muerto más de un siglo atrás sin saber que sus rasgos por demás ordinarios serían la perdición de un joven del futuro.
Su fascinación por el pasado y su amor virtual le impidieron a Troy llevar una vida normal (estudiar, crecer, casarse, tener hijos, ser miserable, divorciarse, ser miserable –again–, volverse a casar, etcétera). Terminó visitando salas virtuales de peor calaña conforme su vida fue pasando y decayendo, hasta terminar siendo un freak internado en una casa para enfermos mentales por abuso de “virtualidad”.
Sé que hubieran querido que este cuento terminara narrando como un Troy adulto, se volvió líder rebelde en defensa de los derechos humanos de etnias minoritarias, y que mientras libraba un importante lucha por la igualdad social del México del siglo XXIII, su búsqueda verdadera era la del amor en unos ojos vivos con rasgos ancestrales prehispánicos, que hubieran sobrevivido a décadas de maltrato psicológico y social, porque lo que en el fondo quería era ayudar a la descendencia de la mujer que amo en presente, pasado y futuro.
Sin embargo esto no sucedió, porque del gen michoacano revolucionario sólo quedaban rastros en los libros antiquísimos de historia; por tanto, nunca pasó por la cabeza de Troy hacer algo más allá de sufrir y vivir su desgracia.
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