A Ruth. Qué injusta, qué maldita, qué cabrona es la muerte que no nos mata a nosotros, sino a los que amamos.
Carlos Fuentes.
Mi querida Ruth, 40 años te bastaron para trascender las fronteras familiares y crearte una figura propia. Dejaste una estela de prestigio humano y profesional por todos los caminos que recorriste. Siempre recta, sensible y laboriosa.
Dedicaste la mitad de tu vida al derecho, pero al partir te has vuelto un genio de la física. En un espacio mínimo, no mayor a los 30 centímetros cúbicos, lograste meterte tú y más de mil corazones que te acompañaremos en el misterioso viaje sin retorno que decidiste emprender.
Como todos los hombres y mujeres de personalidad avasallante, eras de trato especial, pero ese carácter especial, tan tuyo, era sólo el recubrimiento de una noble y sensible mujer, siempre dispuesta a ayudar a quien lo mereciera.
Gracias a tu temperamento pudiste construir una sólida imagen como experta en derecho parlamentario y como servidora pública en general. Y ese mismo temperamento te permitió construir diversos núcleos de amistades profundas y valiosas, alejadas de la superficialidad de la cosa pública y la fama heredada.
Quienes tuvimos el privilegio de conocerte más allá de lo público siempre supimos que entregabas tu confianza y tu amistad al 100 por ciento, por ello no podíamos darte menos de lo que tú brindabas. Elevada garita nos imponía tu estima.
Me duele tu partida por el espacio que dejas y por el intempestivo y tajante boleto de salida que compraste, lo cual respeto, nunca fuiste de medias tintas. Pero también debo decirte que me duele mucho el sufrimiento de tus padres. Sé que no me perdonarías que no te hablara por lo claro.
En fin, Erre U Te Hache, si fuéramos gringos, en tu servicio funerario me hubiera gustado dar estas breves palabras y otras más que al calor del momento brotaran del alma. Es una costumbre anglosajona que me agrada y que llaman eulogy, lo que traducido al español seria “elogio”; nosotros lo llamamos discurso fúnebre, que no se estila, y bueno, además, seguramente cientos de personas tendrían más méritos que yo para hablar en tu despedida.
Hasta luego, RR.
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