El único cuaderno de poemas que publicó Raúl Arreola Cortés es su emblemático Apuntes de un aprendiz (Escuela Normal para Maestros de Michoacán. Morelia, 1940). En éste incluye seis poemas, y son los que hoy en día conocemos de su producción poética: sirven y aclarar para los siguientes años que no abandonó la pasión de escribir, sino que solamente evitó publicar veros suyos en las revistas que promovió como editor y difusor de la poesía michoacana; estos poemas son los siguientes: “Poema a una miliciana española radicada en México”, “A Pátzcuaro”, “Canto contra la traición”, “A Maximiliano Ramírez”, “Romance del pescador” y cierra con “Imitación a tu alabanza de antiguo romance castellano”, el resto de sus poemas, están inéditos, pero esperan un editor diligente, austero y refinado para llevar a cabo esta labor editorial.

(Foto: Cambio de Michoacán)
Y bueno, la fuerza revolucionaria y social de estos versos lleva al encuentro y desencuentro de una búsqueda apasionada entre la esencia del lenguaje y aquella postura que el autor tiene por entonces ante el mundo; los escribe con pasión, con esa enjundia que explora el idioma y revela los pasos de un día o toda una vida y marca la diferencia entre una guerra como la de España y los motivos que impactan ante los sucesos que ya están siendo parte de la historia universal de España y de México, y con la presencia que él llama en su elegía una miliciana española en México: revela una poética y la esencia de su lenguaje.
¿Quién será esta miliciana que nombra el primer poema? Sin duda es una interrogante hoy día su nombre, pero en su tiempo, es una mujer que con nombre y de carne y hueso y tal vez su amiga, una confidente o ella vivió con él una etapa moreliana; tuvo de ella noticias ciertas y exactas, por ejemplo, de la muerte de Federo García Lorca, o es una historia que fue oída por la presencia en México de esa miliciana que en conversaciones salía a relucir con Rafael Alberti y León Felipe –ambos poetas de primer nivel– y que ya habían pasado por Morelia para 1940; lo que ellos tenían en su escritura y por su voz poética ante todo es la influencia de la poesía que habían escrito en España, que continúa escribiendo como trotamundos de aquella época y más León Felipe que el primero, y seguro Arreola Cortés lo leía y de alguna manera conocía ya muy bien.
Y por si fuera poco: su elegía “A Pátzcuaro” tiene todo el caudal del canto a la ciudad y a su historia. Es, para confusión de sus biógrafos, el poema más autobiográfico: el punto de partida y preguntar sí el autor nació en Pátzcuaro o en realidad fue en aquella parte de la nación mexicana, recurriendo a este canto y elegía donde salen a relucir unas imágenes de la infancia y los recuerdos más tempranos de su vida, juegos y visiones, recuerdos y posturas relacionadas con las calles de la ciudad, nombra lugares míticos, y es en donde deja sentir la nostalgia, la aspiración de la inmortalidad. Canta, decanta y la fuerza de la palabra arroja para la historia que la ciudad es el refugio de sucesos revolucionarios; actos que inspiran el encuentro con la historia y sus personajes son nombrados y llegan como visiones por el verso que se vuelve difícil de ignorar o decir que en realidad es una cantata que muestra como la legía disparada entre lo popular y la medida del ritmo y el dominio de la métrica, como cuando reitera: “Donde pequeño me enseñé a jugar…” y le otorga el paso a la mujer, novia, pero perdida o llorada, y revelar que, “acá me ilusioné de otra mujer…”. Aquí, la duda de la existencia del autor se desvanece y más bien por este poema ahora podemos decir que encierran luz para las interpretaciones posteriores por la poesía de Michoacán y abarca la historia de todos los tiempos (desde la época prehispánica y hasta los albores del fin del siglo XX), o reconocer que esa biografía literaria brilla o encierra un verdadero que remite hasta sus lecturas lucidas y únicas, y terminar confirmando su universo poético con estudios completos sobre poetas como Miguel N. Lira y Alfredo Mallaifer.
Esta es una manera para presentarse al poeta ante nosotros y no sea contradicción del tiempo ni olvidar la vigencia de su lírica. Su verso maduro registra ese “yo” personal y hablar de su vida, traiciones inmediatas a su alrededor, el mundo y las circunstancias vividas, y de alguna manera le permiten decir que también padece el dolor físico y del cuerpo espiritual, percibir el dolor de la guerra y de la muerte.
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