
Nicolás Chauvin fue un individuo que sin proponérselo dio origen al término “chauvinismo”. Soldado francés al servicio de Napoleón, obvio hablamos de Napoleón Bonaparte, no de su triste caricatura Napoleón III, ese que apoyó a Maximiliano de Habsburgo en su trágica aventura en México.
Pero resulta que la existencia de Chauvin está en dudas, todo hace pensar que sólo es un mito, un soldado imaginario, y obviamente con una biografía imaginaria; supuestamente nacido en Rochefort, Francia, se afirma que en las batallas al servicio de Napoleón actuó con singular arrojo y valentía, recibió 17 heridas y portaba múltiples cicatrices. Este soldado se hizo célebre por lo exagerado de sus sentimientos patrióticos.

(Foto: Especial)
Popularizado por el teatro, el nombre de Nicolás Chauvin lo usó el escritor francés Alphonse Daudet para su obra La muerte de Chauvin; el personaje en sí posteriormente fue utilizado en muchas obras de vodevil y su nombre llegó a ser sinónimo de un nacionalista exaltado que solamente encuentra aceptable lo nacional. Del apellido Chauvin se forjó “chauvinismo”, “patriotismo excesivo, fanático”. Es la antítesis de nuestro malinchismo, es decir, preferir lo extranjero y denigrar lo propio.
La popular Wikipedia nos señala: "Se llama habitualmente chovinismo como también chauvinismo a la creencia narcisista próxima a la paranoia y a la mitomanía de que lo propio del país al que uno pertenece es lo mejor en cualquier aspecto.
Continua Wikipedia: "El chovinismo resulta de un razonamiento falso o paralógico, una falacia de tipo etnocéntrico En retórica constituye uno de los argumentos falsos llamados ad hominem que sirven para persuadir con sentimiento en vez de con razones a quienes se convencen más con aquellos que con éstos, y como tal se utilizó frecuentemente por parte de los políticos para persuadir a las masas"... "Psicológicamente se trata de un sistema delirante que esconde un sentimiento neurótico de inferioridad en forma paranoica".
El maestro Arrigo Cohen, hablando sobre chauvinismo y nacionalismo, nos da otros datos: "Es el elemento cardinal de la vida de las sociedades, a la cual los individuos no pueden sustraerse legítimamente: tal es la idea de “pueblo elegido” de los hebreos; o del dutsches über alles” (lo alemán sobre todos) de los alemanes, y el “destino manifiesto” de los estadounidenses".
No es ningún consuelo que el patológico chovinismo sea también un problema de otros países, "mal de muchos, consuelo de diputados" reza la sabia sentencia. El chovinismo lo podemos encontrar virtualmente en cualquier país del mundo. Amén de los ultraconocidos ejemplos de Francia, Estados Unidos, Inglaterra, Alemania y la Italia fascista, en nuestra sufrida América Latina tenemos evidencias de los delirios chovinistas de Chile con su insistencia en homologar a la población del país en una sola, mal llamada “raza”: la raza chilena, creada por Nicolás Palacios en su libro Raza chilena, en el cual culpaba de todos los males a los latinos (portugueses, castellanos, catalanes, franceses, italianos, etcétera), argumentando que el chileno original es germano-araucano. Según él, los primeros conquistadores españoles eran en su casi totalidad de origen visigodo, procedentes de algún lugar de Suecia. Esta teoría es usada habitualmente por ultranacionalistas y atribuye a esta nueva “raza” características idealizadas.
De los delirios chovinistas argentinos mejor ni hablamos. No alcanzaría un gordo libro para enlistar sus patologías.
A esta tragedia no escapan ni siquiera países notoriamente pobres, como es el caso de Perú, como podemos verlo en Lima, la horrible, dura crítica a su país hecha por Salazar Bondy, libro donde se burla de la irreal imagen de un Perú que supuestamente es la "Arcadia colonial", región existente únicamente en la imaginación de Virgilio en sus Églogas.
Lamentablemente a estas alturas del siglo XXI el chauvinismo está más vivo que nunca y goza de cabal salud; repasemos los alucinados discursos de Donald Trump y en semanas recientes los delirios hipernacionalistas llenos de falsedades de los independentistas catalanes. Y en México no se diga; no le pedimos nada a Trump o a Puigdemont, sólo recordemos las insensateces que grita el mexicano a la menor oportunidad “como México no hay dos”, auténtica idiotez pues como Japón, Zimbabwe y Australia tampoco hay dos.
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