
La afirmación de que el progreso es la marcha hacia la abundancia, la libertad y la felicidad, es una ideología (falsa conciencia) constantemente desmentida por la historia. La modernidad, cuando apela a la libertad del sujeto, tiene la finalidad de someter a cada uno a los intereses del todo, ya se trate de la empresa, de la nación, del Estado, de la sociedad o de la razón misma. En nombre de la razón y de su universalismo se extendió la dominación del hombre occidental varón, adulto y educado sobre el mundo entero, desde los trabajadores a los pueblos colonizados y desde la mujeres y lo niños.

(Foto: Especial)
Algunos países como Inglaterra, Francia, Estados Unidos, entraron en la modernidad mediante una revolución y el repudio al absolutismo. Hoy ya no se habla de revolución, sino de liberación, liberación de una clase oprimida, de una nación colonizada o de las mujeres dominadas o de las minorías perseguidas. Recordemos que la idea de modernidad reemplaza, en el centro de la sociedad, a Dios por la ciencia y deja las creencias religiosas para el seno de la vida privada.
En la anterior propuesta se observa que existen muchas instituciones en el país a las cuales no les ha llegado la modernidad occidental, como son las instituciones religiosas y políticas (aunque sí les llegó la modernidad norteamericana). Vemos que continúa presentándose la adoración ciega a la tradición y predomina el sentido arbitrario en el ejercicio del poder público (autoritarismo). Los espacios religiosos católicos colocan las reglas divinas por encima de las leyes civiles y los gobernantes creen que son la fuente del poder (corrupción de la política).
No siempre la modernidad es hacia adelante, la dialéctica también es regresiva, si no pregúntenle a Norberto Rivera (arzobispo primado, encubridor de curas pederastas), al inolvidable guerrerista Felipe Calderón (usurpador), al delirante Vicente Fox, al inquilino de la Casa Blanca mexicana, Peña Nieto (usurpador). Los cuatro son conservadores y reaccionarios, esto es, antimodernos, y viven en el estado de naturaleza de Thomas Hobbes, la guerra de todos contra todos (neoliberales).
La modernidad conlleva una problemática o un dilema inacabado. La confianza en aquella racionalidad abarcadora, totalizadora y conquistadora se ha desencantado. Se abre la condición de posibilidad para construir una nueva subjetividad que potencie la acción de los sujetos, de esa manera éstos podrán alcanzar su autonomía y desgajarse de la unidad racional que configuró la modernidad.
Uno de los grandes aciertos de la modernidad es la ruptura de un mundo simbólico donde las esferas de la ciencia, la moral, del arte y de la política formaban un conjunto coherente y creaban en los sujetos la sensación de poseer una visión global del mundo. Al flotar la certeza y la seguridad, la sociedad moderna echa mano del tejido de ilusiones para anclar a los sujetos en el horizonte del progreso y el futuro. Estos dos elementos aparecen, ante la conciencia del sujeto, como dos fantasmas que darán sentido y coherencia a las prácticas y discursos autónomos de los individuos, como orientadores de sus identidades. Como bien decía Carlos Marx: “Todo lo sólido se desvanece en el aire”.
La modernidad entendida como un orden postradicional, que escinde el tiempo y el espacio creando mecanismos de desenclave, libera la vida social de la dependencia de los preceptos y prácticas establecidas, provoca la transformación en la identidad del yo y nos instala en la globalización entre los polos dialectizados de lo local y lo universal.
Lo civil, en esta modernidad inacabada, se ha generalizado con un sentido meramente ideologizado ante el temor por lo diverso, de lo desarticulado como virtud de la modernidad, y donde lo civil es llevado hacia la conciencia corporativa que enajena la voluntad, lo axiológico y la capacidad del hacer-acontecer (praxis histórica).
Esta interpretación pragmática sobre lo civil, que no tiene nada de emancipador, es refuncionalizado por los poderes políticos, vía el videopoder (la imagen), para extirparle a lo civil, lo político y lo natural, la reflexión conceptual, la escritura y la lectura, para sólo trabajar la imagen propia de una conciencia inmediatista y burocratizada.
La anterior condición convierte al Homo sapiens en el homo ocular de la galaxia corporativa. Como dice Alain Touraine: “Antes vivíamos en el silencio, ahora vivimos en medio del ruido; antes estábamos aislados, ahora nos perdemos en las muchedumbres; recibíamos demasiado pocos mensajes, ahora estamos bombardeados por ellos”.
La galaxia corporativa (maquinaria socio-técnica) en la que hoy la sociedad capitalista (otra virtud de la modernidad) instala lo natural (el cuerpo), lo civil y lo político, pretende saturar con prótesis ilusionista la subjetividad contemporánea, internalizando la dramatización de lo trivial (duopolio televisivo comercial=Frida Sofía) y congelando lo conceptual, la crítica (inversión de lo mediatizado en inmediato). Como afirma Régis Debray: “Las imágenes, contrariamente a las palabras, son accesibles a todos, en todas las lenguas, sin competencia ni aprendizaje previos).
El sueño modernizador del neoliberalismo, que hoy el poder de la razón instrumental quiere hacer pasar como lo nuevo, pretende dar a los sujetos gato por liebre, imagen por objeto, ficción por razón, esclavitud por libertad, función por acción, imagen por palabra, eco por voz, mentira por verdad, autoritarismo, privatización de lo público por democracia, ruido por música, desempleo por empleo, fraude por elección, videopoder por paideia, astucia por crítica, etcétera. Mundo de la modernidad donde lo ficcionario le gana la partida a lo simbólico y lo real. Otro mundo es posible.
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