
(Foto: Cuartoscuro)
Ifigenia Martínez proviene de una generación de políticos a los que se les distinguía por su grado académico en el trato y el llamado. El “ingeniero Heberto”, el “ingeniero Cárdenas”, la “maestra Rosa Albina”, “la maestra Ifigenia”, era el modo de referirse a estos personajes, forma que encerraba el fondo de la calidad moral con la que llenaban su liderazgo.
La maestra Ifigenia no sólo hace honor en el terreno político al epíteto que le antecedía a su nombre. Ella es la primera mujer mexicana en doctorarse en Harvard, logro que alcanzó por su propio esfuerzo y que le llevó a codearse con los grandes economistas de su época, terreno académico que además estaba dominado por los hombres.
Ifigenia Martínez ha llevado al terreno de la praxis su brillante formación, siempre con un talante progresista en las tareas que ha desempeñado como cofundadora de la CEPAL en México, diputada, subsecretaria de Hacienda, embajadora y senadora.
La maestra hoy se echa sobre su espalda una nueva encomienda: ser factor para lo que ella llama “la reconciliación de las izquierdas”. Y es que, con la lucidez de su pensamiento y la madurez que le da su trayectoria, ha sabido reconocer que el momento histórico reclama de las fuerzas progresistas la suficiente altura de miras para anteponer el fondo a las poses y las formas.
Ella sabe que un movimiento y un partido se dirigen, no se administran. Por ello los cálculos de rentabilidad electoral, de espacios de poder y de prerrogativas, no pueden ser el motivo que dividan a la izquierda impidiéndole lograr el objetivo sustancial de la transformación del país.
Con una enorme claridad, la ex profesora de economía ha reconocido un mismo hilo conductor histórico e ideológico en el llamamiento a la conformación del Frente Democrático Nacional en 1988, en la constitución de las coaliciones “Por el bien de todos” y Movimiento Progresista, así como en la iniciativa Por México Hoy y la convocatoria al Acuerdo Político de Unidad por la Prosperidad del Pueblo.
En la que fuera fundadora del PRD no se asoma ningún ánimo de protagonismo ni mucho menos la ambición de candidatura alguna. Su esfuerzo genuino, generoso y legítimo proviene de una congruencia incomparable con la de quienes ostentan los cargos burocráticos en el partido que ella contribuyó a formar, mismos quienes hoy se frotan las manos al calcular mezquinamente una posición de “bisagra” en un momento histórico que requiere de grandes decisiones.
Como en 1988, el papel de la izquierda es mayúsculo para poder ser el motor que catapulte un proceso de transformación social. Lo estratégico del llamado de Ifigenia a la unidad de las fuerzas progresistas radica en la posibilidad de que los cuadros políticos, los liderazgos territoriales y la militancia de esta posición ideológica rebasen a sus dirigentes formales y los obliguen a llegar a acuerdos.
La unidad de la izquierda como herramienta para transformar al país no puede ser contenida ni administrada y se dará en la medida en la que se multipliquen los llamados como el que ahora ha hecho la ex embajadora y que ganen terreno en las agendas de los grupos y partidos progresistas.
Por lo pronto, la estatura de Ifigenia Martínez vuelve a quedar de manifiesto y el eco que genere su invitación al diálogo al interior de la izquierda y en favor del país dependerá de que los dirigentes formales estén a la altura de la maestra.
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