El grupo de poetas que completa la travesía lírica como ejemplo de la recta final de estos tiempos es por aquellos que rondan 35 años de vida. Por lo que hay que recordar que nacieron hacia la segunda mitad de la década de los 70 del siglo XX y se extiende hacia a la siguiente década, y al revisar las distintas muestras de poesía sobresalen una inmensa cantidad de autores. Algunos de estos se antoja que ya son determinantes y completan el mapa de la literatura entre siglos.

(Foto: Especial)
Por lo que se ocupa dejar de lado la lista inmensa de autores y ver cómo es que enriquecen la tradición lírica de estos tiempos. En el punto de partida se observan por dos o tres ejemplos notables que han publicado en estos tiempos con arraigo. El primer ejemplo es Leonarda Rivera, quien ha publicado en la revista Punto de Partida de la UNAM, Crítica de la Universidad de Puebla y en Revista de la Universidad de México (donde ha figurado un estilo muy suyo) y en suplementos como La Jornada Semanal. La realidad es que abre el diálogo generacional con autores mexicanos y rompe ciertos límites territoriales y abreva en una configuración de su propia condición literaria. Ya que distintivo del resto de los de su misma edad es que se han dado a la tarea de escribir y publicar y convocar con la complicidad apasionada de Daniel Wence el mítico Encuentro Nacional de Potas Jóvenes Morelia 2013, 2016 y 2017, con resultados que si bien es cierto con dificultades, han abonado, más bien un ingrediente único para dialogar con autores de su generación y por su cuenta Rivera publica tres libros de poesía y uno de éstos destaca sobremanera.
El otro caso interesante es José Agustín Solórzano, que si bien es cierto que no es un solitario entre los de su grupo y de su generación, su actividad tiene por lo menos dos o tres coordenadas registradas en su escritura: su poesía lo hace estar delante de su agrupación, la Sociedad de Escritores Michoacanos (Semich), que está comandada por su fundador, Alfredo Carrera (dicho sea de paso, es quien recupera para la historia de la literatura de Michoacán el Ateneo Literario, que comandara en su tiempo su abuelo, contemporáneo de los nicolaitas trágicos) para seguir aclarando que Solórzano Aguilar arriesga por el encuentro de un estilo y de una voz propia y próxima a este término. Además tiene la osadía de declararse poeta intisolemne, partidario del chileno Nicanor Parra (sabiendo que es legión como pieza única la poesía en lengua española. Pero en lo local valdría la pena reflexionar si asimila esta expresión con poetas como Ramón Martínez Ocaranza y si tiene presente el estilo extraordinario vanguardista de Octavio Paz, por poner dos ejemplos de ruptura con su tiempo) porque seguro quiere ser un autor vanguardista y aspira a enriquecer ese diálogo, pero la realidad de su escritura está cimentada en la ciudad de Morelia. Es un punto de partida y encuentro con lo que publica. Pero José Agustín deja percibir un estilo que experimenta con la escritura. Aunque no es el único de los de esta agrupación literaria (Sociedad de Escritores Michoacanos), es hasta ahora el que está presente y bien puede extenderse al caso específico de Armando Salgado y lo mejor será extenderse con casos que bien pueden ser resaltados del conjunto de lo que escriben y tienen como práctica la literatura.
Esta generación (los nacidos primordialmente en los años ochenta) está presente en la poesía mexicana, sobre todo las ediciones digitales y la edición de poemas en revistas o suplementos; sucede por la edición de un libro y la novedad del diseño digital. Son parte de una travesía enriquecedora del grupo al que indistintamente pertenezcan como es el caso de Leonarda Rivera, Armando Salgado, Daniel Wence, José Agustín Solórzano, Magdiel Torres; han publicado poemas por medio de las ediciones tradicionales o casi inmediatamente su creación literaria sale a relucir a través de las ediciones digitales.
Han registrado su labor por medio de cofradías y logrado un mapa diferente: escriben con postulados estéticos que se antojan diferentes a lo que sucede en el resto de su generación. La revelación o renovación con la métrica aún no es su fuerte pero títulos como Cofre de pájaro muerto, Música para destruir una ciudad y Monomanía del autómata ya registran una identidad renovadora en la tradición michoacana del siglo XXI. Son parte de una lectura que cuenta la inmensa labor realizada hasta estos años del tiempo presente.
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