En medio de una controversia pública que terminó por convertirse en una ola de indignación ciudadana, los diputados federales se aprobaron a sí mismos lo que han llamado “bono de fin de año”. Con este bono extraordinario, los legisladores, a excepción de los que pertenecen a Morena y a Movimiento Ciudadano, acumulan una cantidad de medio millón de pesos para pasarse las fiestas navideñas y celebración de fin de año a placer. De última hora trataron de justificar este ingreso extraordinario, abiertamente ofensivo para la gran mayoría de la población, argumentando que sería para cubrir necesidades de atención legislativa y que cada uno tendría que hacer comprobación de su gasto. Lo cierto es que los mexicanos de a pie, los que tenemos que cubrir cada día una jornada agotadora de trabajo, los que vemos con rabia contenida cómo el futuro se nos deshace a la vuelta de la esquina, sin perspectivas para mejorar la vida y sin la esperanza de un aguinaldo que pudiera al menos aliviar un poco la pesadumbre que nos llega en estos festejos decembrinos, volvemos a comprobar la distancia estratosférica que nos separa de esta clase política saturada de privilegios.
En el momento en que escribo estas reflexiones llega a mi memoria el aumento que se le otorgó al salario mínimo: apenas de siete pesos diarios, apenas para pagar un pasaje en el servicio de transporte urbano, aunque ni eso, porque lo más probable es que las autoridades cedan ante la presión de los transportistas para aumentar la tarifa. El hecho es que el salario mínimo será de 80.04 pesos diarios. Ni la propina que dejan nuestros flamantes legisladores cuando van a comer a restaurantes de lujo para arreglar sus negocios. Habrá quien diga que el salario mínimo es una referencia económica, una especie de unidad de medida; pero lo cierto es que, según el Inegi, de 2016 a 2017 se incorporaron un millón 237 mil trabajadores a esta tasa de percepción salarial. Y cada vez hay más mexicanos que ganan menos de dos mil 200 pesos mensuales. En la actualidad hay más de ocho millones de trabajadores en el país que ganan apenas el salario mínimo. ¿Cuál será para ellos el aguinaldo que habrán de recibir o que han recibido ya de sus patrones?

(Foto: Cuartoscuro)
La verdad es que cada vez las condiciones de contratación y de trabajo en México se deterioran más y más. El proceso de precarización laboral es una realidad infamante en nuestro país. Esto ha provocado que la franja de pobreza y de miseria se haga más ancha con el tiempo. Y no hay que dejar de lado el hecho de que algo así se convierte también en una de las causas del incremento de la delincuencia en la sociedad. Millones de familias viven, sobreviven, sin las condiciones mínimas para satisfacer sus necesidades más apremiantes. Para ellos, lo cotidiano, lo de todos los días, es la angustia y la desesperanza que les genera una realidad donde ellos simplemente no tienen cabida. Es la exclusión de la mayoría de la población de los beneficios que se concentran y se acumulan sólo en una parte minoritaria de la sociedad. La clase política que nos gobierna forma parte de esta minoría privilegiada. ¿Cuál es la distancia económica, política, ética, social, que existe entre esta clase aristocrática y los que constituimos la inmensa base de la sociedad?, ¿cuál es la relación que existe en realidad entre los gobernantes, los legisladores, los jueces, los altos mandos de las instituciones y todos los que nos batimos acá abajo por la existencia cotidiana? Que no nos digan que la representación, que no nos echen el discurso de la democracia representativa, que no afirmen más que ellos, los diputados y los senadores, están allá, en el Congreso de la Unión, en los congresos locales, para representarnos en su actividad legislativa.
Ahora confirmamos una vez más por qué se hacen pedazos en los partidos por las candidaturas. No hay en el fondo de cada aspirante la intención verdadera de representar los intereses legítimos de la sociedad en los espacios que pretenden ocupar. Saben que el poder es también, entre otras cosas, una fuente segura de enormes privilegios. Es la manera más rápida de hacerse de grandes fortunas y posiciones de influencia. ¿Para qué o para quiénes gobiernan los que llegan al poder y se instalan ahí para ejecutar sus propias decisiones? Es obvio que no lo hacen para nosotros, los millones de mexicanos que habitamos este país envuelto por la bruma, sacudido por el trueno y el fuego, acechado por los demonios de la barbarie. Ellos gobiernan para otros poderes, que son de hecho los que les permiten llegar a donde están y conservarse allí.
Por estos días hemos visto cómo la inconformidad de la gente de abajo se convierte por fin en expresiones organizadas, públicas, abiertas. Los gobiernos están quebrados. Quienes los han ocupado por décadas han saqueado para su beneficio personal las arcas públicas. No hay dinero para pagar a los trabajadores, para pagarles sus quincenas, su aguinaldo; para pagar a los proveedores, que a su vez tienen que pagarles también a sus propios trabajadores. Las arcas se están agotando. Lo que no se agota es la capacidad que tiene cada uno para endeudar el futuro del municipio, del estado en cuestión, del país. Este bono especial de fin de año que se dan los diputados federales es apenas una muestra del grado de deformación ética y política a que ha llegado la clase que nos gobierna. Entretanto, el país se debate en medio de la corrupción generalizada, en el encarecimiento progresivo de la vida, en la violencia bárbara que parece no tener fin, en la inseguridad, la intranquilidad y el peligro, la violación de los derechos humanos. Hasta los que nunca pensaron que les tocaría se han visto obligados a ocupar los espacios públicos para exigir que les cumplan con lo que les deben, para hacerse cargo por su cuenta de lo que por ley le corresponde al Estado.
Este será un buen fin de año para el presidente de la República, para sus secretarios de Estado, para ministros, los jueces, los que encabezan a las instituciones públicas, los gobernadores, los legisladores federales y locales, los alcaldes, hasta los regidores estarán en condiciones de disfrutar los festejos decembrinos con las percepciones especiales que se adjudican. Hay que recordar y subrayar que lo que toman de las arcas públicas es dinero del pueblo, que no regresa al pueblo ni convertido en obra pública suficiente ni en bienestar equitativo, igualitario. Para la inmensa mayoría de los trabajadores este volverá a ser un fin de año con resabios de amargura, aunque también con una toma de conciencia que empieza a crecer.
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