
El pasado jueves 27 de octubre estuvimos en la Sala Niños Cantores del Conservatorio de las Rosas, en una velada más del programa institucional Todos los Jueves. Fue una audición extraordinaria por su contenido: las Variaciones Goldberg de Johann Sebastian Bach (1685-1750), tocadas al piano por el maestro Juan Antonio Santoyo, docente del propio conservatorio.
(Foto: Especial)
La pieza es una cumbre del repertorio universal de todos los tiempos. Compuesta en el año de 1741, el título en la portada de la primera edición dice: “Aria con distintas variaciones para clavecín a dos manuales, para el deleite de los amantes de la música y él de su espíritu”. No tiene dedicatoria para individuo alguno. Esto, y algunas inconsistencias en fechas y lugares, hacen que la simpática anécdota de su composición para conciliar el sueño de un conde crónicamente insomne parezca ser espuria. En realidad fue un trabajo académico del autor, que inscribió como cuarta parte en su cuaderno de ejercicios para clave. El aria inicial, que genera las variaciones, es de años antes y se encuentra en el Pequeño libro de Anna Magdalena Bach, su segunda esposa y alumna dilecta.
Las Variaciones Goldberg consisten en un aria inicial, 29 variaciones sobre la misma, un quodlibet que es la trigésima, y el aria da capo, que repite, tal cual, el aria inicial. Se ejecución dura desde 38 hasta 76 minutos, según el intérprete; suele escucharse para piano o para clavecín y hay transcripciones para muchas combinaciones instrumentales y para conjuntos de jazz. Creo que en Morelia se han tocado sólo en tres ocasiones y he tenido la fortuna de estar presente en las tres. La primera, entre los años 1996 y 1997, a cargo de la maestra Lidia Guerberof, con clavecín, en el Conservatorio de las Rosas.
En 2013, durante el XXV Festival de Música de Morelia, el joven maestro mexicano Raúl Moncada las ofreció, también en clavecín, en el Teatro José Rubén Romero. Y ahora, el pasado jueves, el maestro Juan Antonio Santoyo las tocó en el piano.
Las Variaciones Goldberg son una pieza inefable, de enorme lirismo e imaginación y, al mismo tiempo, de una rigidez académica sobrecogedora. Después del aria inicial, las variaciones están organizadas en diez grupos de tres. La primera de cada grupo es una danza antigua, todas distintas, por supuesto; la segunda es una “variación de fantasía”, es decir, de libertad compositiva, y la tercera es un canon, verdadero manifiesto, cada uno, de la sabiduría y gran imaginación del arte contrapuntístico del autor. La variación 30 está hecha con la superposición de dos canciones populares alemanas en un quodlibet que enchina el cuerpo. El regreso al principio, en el Aria da capo, hace de la obra una estructura cíclica de infinitud y le confiere un carácter nostálgico y de suavidad inolvidables.
A la interpretación no se le pide virtuosismo y mucho menos protagonismo, sólo apego al tiempo (?), claridad y sentido del autor. Esto suena fácil pero requiere de muchos años de profundizar en la vida y la obra de Johann Sebastian Bach.
En la audición del pasado jueves se le reconocen méritos notables al maestro Santoyo. El primero, el hecho mismo de poner obra tan difícil y poco escuchada en nuestro medio. El segundo, su ejecución tan puntual, tan serena y técnicamente intachable. Finalmente, el que consiguiera establecer, a su través, la comunicación anímica de Johann Sebastian Bach con nosotros, el público atento que casi llenó el patio de butacas.
En lo particular, a mí me estorbó un tanto la versión tan pianística del maestro Santoyo. En un piano duro y de timbre metálico, tocado con fuerza en una sala de acústica tan viva, como es la Niños Cantores, la obra perdió intimidad y el sentido melancólico que la caracterizan para mi modo de sentirla. Pero finalmente la velada fue magnífica por lo presentado y como se presentó.
Hasta la próxima.
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