

(Foto: Cuartoscuro)
Enmarco estas reflexiones con la idea de Bernardo Barranco V. : “El terror de Dios puede hacerse presente en el suelo mexicano con la aparición pública del Yunque. El fanatismo delirante puede reaparecer en la esfera pública y apoderarse de las ‘buenas conciencias’, convirtiéndose en nuevos soldados de Cristo”. No podemos ni debemos olvidar las consignas de “cristianismo sí, comunismo no”, “este hogar es católico”.
Se olvidan del Evangelio porque desde allí se les puede cuestionar su comportamiento político y sus intenciones de salvación.
Así le dice San Bernardo al Papa Eugenio III: “Ten en cuenta que la Iglesia romana es de Dios aunque la presidas tú. No eres tú señor de los obispos, sino uno de ellos. Ejemplo de soberbia en sus obras y se han vuelto ciegos y guías de ciegos, no pastores de almas, sino señores de provincias; cubre de oro sus piedras y deja sin vestidos a sus hijos”.
Escuchemos ahora a Santa Catalina de Siena: “Gastan los bienes de la Iglesia en vestidos caros, en andar con trajes delicados, no como clérigos o religiosos, sino como señores y galanes de corte”. Asimismo le dice el Diablo al prelado lo que el rey de Sodoma a Abraham en el Génesis: “Dame las almas, lo demás, es decir, la lana, la carne y la leche, cógetelo tú”.
Así, por lo dicho anteriormente, algunos escritores y estudiosos de la historia de la Iglesia católica en México y el mundo opinan que la vivacidad de su espíritu evangélico, la libertad de expresión de los cristianos, no están a la altura de las circunstancias. Como bien afirma Anthony de Mello: “Una sociedad que domestica a sus rebeldes a conquistado la paz pero ha perdido su futuro”. Por eso la libertad de expresión no puede sujetarse, por ningún motivo, a una doctrina fundada en dogmas e inquisiciones.
La tarea es ganarle hoy en día a la enajenación, la alienación, la explotación, a las mentes apáticas e indiferentes, sin voluntad, colocándose estas actitudes y conductas en la conformidad, en lo mismo, lo dado. No se atreven a usar su propio pensar, correr el riesgo de convertirse en sujetos erguidos, desafiantes de lo realmente existente, hoy sitiado éste por el capital y los poderes fácticos.
Algunos críticos actuales del Estado laico vienen suponiendo que el contexto social y político que motivó su instalación en los siglos XIX y XX ya no existe. Consideran que la Iglesia católica hegemónica ya no existe, que hoy hay una pluralidad de religiones y de iglesias, así como posiciones morales y filosóficas. Con base en esos argumentos intentan que el Estado laico se declare tolerante y neutral y que no se impongan, por ley y reglamentos, límites a la Iglesia católica, de tal manera que el Estado ya no continúe con los procesos de secularización y que el pluralismo de doctrinas lo vuelvan innecesario. Lo anterior es falso ya que la Iglesia católica sigue siendo hegemónica y mayoritaria en cuanto a creyentes católicos (85 por ciento), además es una institución eclesiástica que todavía manifiesta pretensiones políticas e incremento de privilegios.
Lo que es cierto es que la religión católica sigue ejerciendo una influencia relevante en la mentalidad de los individuos, sigue siendo dominante y es la más fuerte de todas las que existen en el país. Es suficiente con observar la realidad para darnos cuenta de que el contexto que dio origen a la instauración del Estado laico no ha cambiado el día de hoy, de ahí la necesidad de continuar con el principio de laicidad y dejar por el momento de utilizar los conceptos de tolerancia, neutralidad y libertad de conciencia. Sin perder de vista que la laicidad siempre ha estado asociada al Estado laico, lo mejor sería saber si este último puede ser tolerante, neutral y proteger la libertad de conciencia.
Todos sabemos, aunque algunos dicen no saberlo, que quien más ha atacado al Estado laico es la jerarquía de la Iglesia católica, argumentando que el primero es intolerante, que no es neutral y que no respeta la libertad de conciencia. Estos ataques infundados muestran que el contexto político y social que motivó el establecimiento del Estado laico no ha desaparecido. Por tal motivo, el concepto de laicidad, como valor político, todavía tiene sentido.
Por eso la relevancia de profundizar el proceso de secularización en la sociedad mexicana y evitar el modus vivendi en que han caído las relaciones entre el Estado y la Iglesia católica. Pienso que la laicidad es compatible con los valores de neutralidad, libertad de conciencia y tolerancia. Es importante observar que el Estado puede ser tolerante frente a la diversidad de doctrinas valorativas, sí puede ser neutral respecto de ellas y sí protege la libertad de conciencia.
La libertad de conciencia es también una necesidad en un contexto en el que se aspira a contrarrestar la hegemonía de la Iglesia católica. Aunque el Estado laico protege la libertad de conciencia y deba hacerlo, no es por ello “neutral” respecto a la diversidad de posiciones valorativas, sean éstas religiosas o no. La “neutralidad” del Estado significa que no debe intervenir ni favorecer o perjudicar a alguna postura valorativa en especial.
El Estado favorece aquellas posiciones valorativas que defienden la igualdad y la libertad de las personas y perjudica a aquellas que no lo hacen. Por ejemplo, personas que piensan que lo femenino debe estar subordinado a lo masculino, quienes discriminan a otros por su raza, color de la piel, pertenencia étnica u orientación sexual. En este caso el Estado laico interviene para limitar o perjudicar a individuos o instituciones que niegan la igualdad y la libertad humana.
Por lo anterior, el Estado laico no puede ser “neutral” donde el contexto indica o señala que existe todavía en el siglo XXI una institución católica hegemónica y otros credos minoritarios y, lo peor, manifestando aspiraciones de cogobierno (marchas del 10 y 24 de septiembre). El Estado laico no puede ser tolerante porque no existe en el actual contexto igualdad ni diversidad de credos e iglesias, sino que la Iglesia católica es mayoritaria, aunque a la baja. Otro mundo es posible.
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