
Como si se tratara de una maldición bíblica contra el PRI que hoy, después de dos sexenios, intenta volver al poder, los jóvenes movilizados para que no lo logre nacieron durante el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, tan emblemático de la alianza de ese partido con los grandes capitales y expresiones de poder económico y mediático. Niños aún, apenas alcanzaron a conocer directa o indirectamente los efectos de la catastrófica crisis de 1995, algo escucharon de los retumbos de una rebelión indígena en el sureste; en su adolescencia del fraude electoral de 2006 y en los años recientes asumieron plenamente la conciencia de la fallida guerra de Calderón y su secuela de sangre, sangre juvenil en su gran mayoría. No son el sector más desfavorecido de la juventud esos siete millones que, sin oportunidades de empleo ni de estudio, se debaten entre la emigración, la informalidad o la delincuencia; son, sí, los que, desde una perspectiva más amplia, han sido testigos y se hallan decepcionados del fracaso de una democracia sin contenidos ni realidad para grandes segmentos de la sociedad.
¿Cuentan con puntos de referencia internacionales? Sí, sin duda. Forman parte de la oleada que desde el 2011 derribó gobiernos en el mundo árabe; se manifestó como Indignados en España, Islandia, Grecia y otros países europeos; como el movimiento Ocuppy en Nueva York y diversas ciudades de los Estados Unidos, y en Chile; como resistencia a la concepción comercial del sistema educativo superior. Hoy tienen su paralelo en las movilizaciones de los jóvenes canadienses contra la comercialización de la educación.
El común denominador de todos esos movimientos es una extendida decepción por la ausencia de democracia o por la manipulación de ésta en favor de los grandes entes de poder. La decepción, por ejemplo, con la fallida administración de Barack Obama, a quien los jóvenes mismos y grupos sociales marginados impulsaron en 2008.
La decepción en España, Grecia, Italia con formas de democracia que no han sido funcionales a las necesidades de las mayorías. En México, con una transición que fue obstruida y aun desviada por el poder de grandes intereses que no son los mismos del pasado sino su versión exacerbada.
Los que hoy reaccionan y han ganado la calle, además de las redes cibernéticas, son el sector más informado de la sociedad, no a través de la televisión, la radio o la prensa escrita tradicional, sino del acceso a las cadenas noticiosas internacionales y la comunicación horizontal que representan las redes como Twitter, Facebook y YouTube. Son también un sector de la sociedad en proceso de formación profesional pero ya con un alto nivel educativo, por lo que comentaristas como Jenaro Villamil han dicho que la suya es una rebelión desde la cultura. Una rebelión que no surgió el 18 de mayo cuando apareció en la calle, ni siquiera el día 11, cuando sus protagonistas abuchearon y humillaron al candidato ya proclamado triunfante por los grandes medios y poderes fácticos durante su visita a la jesuita Universidad Iberoamericana, sino que se gestó meses antes, desde diciembre de 2011, cuando ese candidato exhibió a plenitud su ignorancia, su analfabetismo funcional, durante la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, a la que había acudido a presentar un volumen supuestamente de su autoría.
En las redes sociales se descubrió entonces la pequeñez intelectual y política de quien durante sus seis años como gobernador fue incubado por las cadenas televisivas como el postulante natural y virtualmente único a hacerse cargo de los destinos de la nación. El rey iba desnudo y sólo faltaba quién lo señalara, quién expresara su descontento con la burda manipulación informativa que ha buscado convertir a Enrique Peña Nieto en el político mejor posicionado rumbo a la Presidencia, ocultando o minimizando sus deficiencias y errores y exaltando su ahora visiblemente gris personalidad. Quienes lo hicieron fueron los estudiantes de la Ibero que se rebelaron por el menosprecio que el PRI demostró hacia ellos durante y después de la visita de su candidato a esa institución.
El resto ya es conocido. Cuatro días de movilizaciones bastaron para que esa oleada juvenil, identificada con la insignia #YoSoy132 derribara las murallas de Jericó que fortifican desde los emporios televisivos y periodísticos a su elegido y que hacen pensar que la relación Estado-medios se ha invertido y el verdadero poder ya no reside en aquel sino en estos. La desnudez del ungido es completa: el candidato más joven es el que enfrenta el mayor rechazo por parte del sector más activo de los jóvenes. No es una querella generacional sino de estructuras de poder. Como nunca antes, el capital apostó a la manipulación mediática a favor de quien, además de exhibir viabilidad, garantizaba los intereses del sector dominante. Y hoy, esa capacidad de determinación mediática es controvertida por la presencia masiva de jóvenes que deciden ponerle un hasta aquí. Y si bien numéricamente pueden no ser determinantes por sí mismos, la nueva y convocante presencia de estos inesperados actores -hoy integrados tanto por estudiantes de las universidades privadas como de las públicas- despierta el interés y apunta a elevar la participación social en la jornada electoral del primero de julio, algo que reduciría sensiblemente el margen de ventaja de un PRI al que benefician su voto duro y la apatía de los ciudadanos.
Lo que México ha vivido en los últimos diez años no es una cabal transición a la democracia sino una reversión de la misma que inició con el proceso de desafuero contra Andrés Manuel López Obrador. La maquinaria del Estado en sus tres poderes se echó a andar para impedir que el jefe de Gobierno del Distrito Federal llegara a las boletas de la elección presidencial de 2006; y esa intentona fue derrotada por la movilización social que obligó a Vicente Fox a retroceder. Hoy, el bloque de poder, si bien no del todo articulado y en crisis por el fracaso de los gobiernos panistas, se vuelca en favor de Enrique Peña Nieto en la misma lógica de emplear la formalidad electoral para refrendar su dominio, mas ha sido rápidamente cuestionado por la movilización juvenil que no estaba contemplada en el libreto.
A tres semanas de concluir las campañas, el riesgo para el proyecto de imposición de Peña Nieto es muy grande: se ha derrumbado parcialmente la escenografía que presentaba a éste como el más popular de los candidatos al tiempo que el margen de la elección se ha cerrado.
Llamar o no primavera mexicana a esta movilización no es el tema trascendente; lo es el entender que también los márgenes para el fraude electoral se han estrechado ante la sonora denuncia que los estudiantes de las universidades privadas y públicas han posicionado: la ilegitimidad del andamiaje armado por el PRI y los principales medios para sacar adelante a su candidato a costa del falseamiento de la realidad y el ocultamiento de información. El movimiento #YoSoy132 puso el dedo en la llaga y ha desafiado a los aparentemente invencibles poderes fácticos.
Como en 2006, obligan a ese bloque de poder a contemplar la posibilidad del fraude, pero a un costo político aún mayor que en ese año y con una más estrecha perspectiva de éxito. Para el movimiento, el desafío es dar un impulso definitivo a la trabada, incluso revertida transición política; para los representantes de los designios de poder, dar credibilidad a un proceso ya desde ahora exhibido en su muy escaso contenido democrático.
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