Hacía tiempo que no me lo encontraba en alguna librería. O quizá por allí estaba, en medio de otros libros igualmente importantes, o no tanto. Uno ve lo que quiere ver, sobre todo cuando los títulos son tantos y hay que recorrerlos con mucha paciencia. El caso es que ese día lo vi y de inmediato lo saqué del estante. De lo primero que me percaté fue que no se trataba de una novela. Una leída rápida a la contraportada y una hojeada al índice me indicaron que era un libro de ensayos. Luego, cuando inicié la lectura, supe que eran en realidad textos que reunían reflexiones del autor acerca de varios libros fundamentales que influyeron de una manera decisiva en su vida, en su formación de escritor.
Aquel había sido un encuentro afortunado, o habría que decir mejor un reencuentro. A Milán Kundera me lo encontré por primera vez hace muchos años. Puedo recordar que la primera novela que leí de él fue La broma; de hecho, era la primera también que él publicaba y con la que se daría a conocer de inmediato más allá de su país de origen, Checoslovaquia. Kundera fue miembro del Partido Comunista de su país, del cual sería expulsado en dos ocasiones. Podríamos decir que esta militancia llegaría a definir su conciencia de ciudadano y de escritor. Aunque la actitud que finalmente asumiría, tanto en su vida particular como en el oficio literario, sería la de la crítica.
A él le tocó vivir, como a muchos intelectuales y artistas de aquella época, una crisis ideológica profunda. Kundera fue de los intelectuales que se comprometieron con la utopía socialista, pero fue también de los primeros en asumir una actitud crítica ante las desviaciones del llamado socialismo realmente existente. La invasión de la URSS a Checoslovaquia en 1968 fue un duro golpe para Kundera, como para muchos intelectuales en el mundo. La URSS no sólo traicionaba al interior los principios originales del socialismo, al sacrificar la libertad en aras de una colectividad que en el fondo estaba controlada por el líder máximo, sino que ahora se convertía en una potencia que pretendía dominar por la vía de la invasión a otros países. Es de lo que trata su obra.
Y es también de lo que trata este libro que me acabo de encontrar y que leí con renovado placer: Un encuentro, de Milán Kundera. El autor, checo, que terminaría por exiliarse en Francia después de la invasión rusa, hace un recorrido con un dejo de nostalgia por toda esa época que lo marcó, pero también por los libros y los autores que más influyeron en él. No se trata de un análisis concienzudo a la manera de la crítica académica, sino de una vuelta a esas atmósferas que llegaron a determinar su vida, a confirmar su vocación de escritor.
Milán Kundera nació en Brno, República Checa, en 1929. Es autor de obras memorables como La insoportable levedad del ser y La inmortalidad. El propósito de su arte es el ser humano y los conflictos que enfrenta consigo mismo y con su contexto. La utopía socialista, bajo la dictadura de Stalin, devino en una negación de la visión original. No había libertad para el pensamiento, para la acción política. La única verdad era la que emanaba del Kremlin. Toda expresión divergente era considerada y tratada como una herejía que había que castigar con la cárcel, con el exilio, con el silencio, con la retractación, con la vida. De manera que muchos intelectuales como Kundera decidieron apostarle a la libertad.
Este libro que me encontré en la librería es en realidad un reencuentro con una época histórica de tensiones profundas, de utopías y decepciones, de ansias de libertad y de confrontaciones masivas. Es el siglo XX con sus conflictos sociales, sus grandes obras literarias y artísticas, el sacrificio de los ideales, la caída de los sistemas totalitarios, la globalización neoliberal. A mí me dio la impresión de que el autor saltaba de sus páginas y se sentaba a la mesa a compartir el café conmigo, que era él en persona el que me estaba hablando de todas estas cosas. Así se siente el libro cuando se lee: como la conversación de un viejo amigo al que hacía muchos años no veíamos, y al que volvemos a escuchar con gusto y con un gran derroche de amistad.
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