
Si te portas mal y eres enojón, te dejarán un pedazo de carbón.
Frase recurrente previa al 6 de enero.
Seguramente, muchos/as de quienes esto lean, durante su infancia y para estas fechas próximas al Día de Reyes, además del esfuerzo por bien portarnos, ya tendríamos listos (limpios y boleados, por lo menos) los zapatos que dejaríamos en el lugar indicado por nuestros padres para recibir a esos honorables personajes llegados de lejanas tierras y que para niños y niñas mexicanos se nombran Melchor, Gaspar y Baltasar.
Fue hasta mi edad adolescente y luego de leer diversas versiones de lo que, hasta la fecha reconozco como un bello acto de fe y tradición, pude adentrarme en la historia de esos misteriosos personajes que llegaron a ofrendar al niño llamado Jesús, nacido en la aldea de Belén. En los Evangelios, por ejemplo, se dice que llegaron buscando al rey de los judíos y que venían de Oriente, pero no se menciona su número ni cómo eran, así como tampoco se sabe si sólo eran varones.
Al parecer, la tradición de recibir regalos de los Reyes (que además son magos) data de fechas muy recientes: el siglo XIX, y sólo se limita a países de ascendencia latina (para los anglosajones, por ejemplo, es Santa Claus). Además, en principio cada personaje se encargaba de entregar regalos muy sencillos: Gaspar repartía golosinas, miel y frutas; Melchor obsequiaba zapatos y ropa y a Baltasar le correspondía llamar la atención de niños y niñas que se habían portado mal, dejándoles sólo carbón y leña, que, por otra parte, era un bien preciado para los adultos, pues con eso se alimentaba el hogar. Pero también quien aspiraba a recibir algún obsequio tenía que dejar, junto a los zapatitos, agua y alimento para los animales: cacahuates, hierba fresca y paja.
Quienes han estudiado las versiones bíblicas, además de literatura histórica del Oriente, han escrito sobre la posibilidad de que estos Reyes Magos fueran unos astrólogos babilónicos (que los había en considerable cantidad en aquellas regiones) que, guiados por la Estrella de Belén (una conjunción de astros), llegaron a adorar al Niño Dios, cumpliéndose así las profecías sobre el advenimiento del salvador del mundo, del que habla el Salmo 31 mesiánico: Rey pacífico y universal que predijo que los reyes de Tarsis y de las islas ofrecerán presentes, los reyes de Arabia y Saba le traerán regalos y le adorarán todos los reyes, todas las naciones le servirán.
También se sabe que los antiguos cristianos coptos, sirios, griegos y armenios, el 6 de enero bendecían las aguas de cualquier río cercano a sus lugares de asentamiento, para utilizarlas todo el año en la ceremonia del bautismo de los llamados neófitos, es decir, aquellos conversos que aceptaban la nueva religión. Y hacia la primera mitad del siglo IV, la Iglesia de Oriente tomó la decisión de festejar el nacimiento y el bautizo de Jesús el día 6 de enero (fecha que en Egipto se conmemoraba el nacimiento del dios Horus, el niño hijo de Isis y Osiris, adorado como el Sol Naciente), al que denominó por tal causa Día de la Epifanía.
En cuanto a la Estrella de Belén, existen registros históricos de astros luminosos con las características que se le atribuyen a ésta: pudo tratarse de una supernova o estrella nova, aunque no existan referentes confiables de aquella época. También se ha especulado que el brillo inusual del famoso astro podría deberse a una szigia o conjunción de planetas que ocurre cuando dos o más cuerpos celestes, vistos desde la Tierra, parecen acoplarse entre sí, por lo que su brillo se vuelve atípico. E igualmente existen hipótesis que afirman que la Estrella de Belén pudo haber sido un cometa (como el Halley, que tiene una órbita calculable, o como el Catalina, que se ha podido observar gracias a que desvió su curso original). Pero recordemos que los Reyes eran observadores del cielo: astrólogos consumados que ya sabían de este fenómeno celeste que les daría una señal igualmente prevista.
Los magos que adoraron al niño Jesús fueron primicias de los gentiles que llegaron más tarde a adorar y rendir pleitesía en nombre de los pueblos paganos, al pequeño niño que vendría a iluminar el mundo entero, sacando de las tinieblas a ellos y a un pueblo corrompido por la ambición y el poderío. Un niño salvador que venía a incorporar a gentiles y plebeyos (judíos y no judíos) en un solo reino, un solo pueblo, una sola iglesia: como es el sentido filosófico cristiano. Con el nacimiento de Jesús y la adoración de los Reyes (de distintas razas), así como de pastores y gente del pueblo sencillo, se expresa el deseo de que desaparezca la discriminación y la presencia de todos atestigua que las puertas de la salvación están abiertas, como lo estuvo aquel pesebre en la aldea de Belén.
Para el santo cristiano Ireneo, los tres dones que los Magos ofrecieron al niño Jesús representan los tres caracteres que dan a conocer su personalidad: la mirra alude a la carne que tomó al elegir ser hombre y que por nosotros habría de ser crucificado y sepultado, el oro le fue ofrecido como el rey que es, cuyo reinado durará eternamente, y el incienso, como al Dios que representa, que se hace conocer no sólo en Judea, sino en todo el mundo.
Tal vez, como afirman algunos historiadores, los Reyes Magos fueron más y sus regalos, cargados en caballos, camellos o elefantes (único transporte en el Oriente antiguo) fueron varios kilos de piedras preciosas, plumas de avestruz, bálsamos, especies, cofres llenos de áloe, ébano y sándalo, así como las preciadas telas de algodón y seda que valían tanto como el oro.
Quizás la Estrella de Belén fue la conjunción, demostrada posteriormente por métodos modernos y científicos, de Júpiter y Saturno bajo el signo de Piscis. Seguramente sus nombres fueron diferentes y variables, de acuerdo con cada región o cultura: Kagpha, Badalilma y Badadakharida para los armenios; Apellicon, Amerim y Serakin para los griegos; Melchor, Gaspar y Baltasar, para los pueblos de ascendencia latina
Pero la mágica tradición pervive.
Magos, sabios, hechiceros, astrólogos, los personajes orientales encarnados en los Tres Reyes Magos, que en tierras mexicanas son esperados con fervor por miles de infantes, encierran tras de sí el misterio de filosofías tan antiguas como el mazdeísmo, antigua religión persa (hoy Irán) basada en Ahura Mazda, el mítico personaje que recogió en el Zend-Avesta todas sus enseñanzas, basadas, como el cristianismo, en la modestia, la austeridad, la hermandad, la compasión y la bondad: lo que constituyen la auténtica riqueza que lleva a la paz, bien incuantificable que puede disfrutar cualquier mortal.
Muy lejos estamos de comprender lo que estas tradiciones tan festejadas nos tratan de hacer presente. Por ello la necesidad de traerlo a colación.
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