Las expresiones culturales de una sociedad, como su música, el cine, la pintura y otras tantas, están determinadas estructuralmente por el modo de producción imperante, en tanto dan consistencia y legitiman a éste.
En nuestro país, la cultura del narco no es producto de una generación espontánea o de la imaginación desorbitada de los creadores musicales o artísticos. Si hay manifestaciones culturales vinculadas a la ya mencionada actividad ilícita es porque el narcotráfico representa ya todo un sector de la producción en el país, con formas muy propias de reproducción económica. Por ello es que esta actividad, según datos del Departamento de Estado norteamericano, en 2012 blanqueó 25 mil millones de dólares algo así como el 3.5 por ciento del PIB, ha generado como apéndice a toda una cultura que lo justifica y le da congruencia.
De entre los miles de narcocorridos que circulan en el mercado, el de El Centenario, interpretado por el grupo Los Tucanes de Tijuana, habla de una situación que orilla a individuo a incursionar en actividades ilegales para dejar su condición de pobreza. Esto, que podría ser la apología de la actividad criminal, ha servido para que algunos gobiernos hayan comenzado a prohibir la reproducción de estas piezas musicales en espectáculos masivos, en el transporte público y en lugares de concentración social como bares y restaurantes.
La prohibición de los narcocorridos ha sido impuesta en diferentes momentos por el Ayuntamiento de Tijuana, por el gobierno del estado de Sinaloa y recientemente por la autoridad municipal de Ciudad Juárez, y aunque la medida del gobierno sinaloense fue derogada por la Suprema Corte de Justicia de la Nación, estas han sentado un precedente de censura a las manifestaciones culturales derivadas del narcotráfico.
Una encuesta de la empresa Parametría, levantada en 2011, da cuenta del grado de penetración de los narcocorridos en lo que los mexicanos escuchan de manera cotidiana, ya que sólo el cuatro por ciento de los entrevistados señalan nunca haber escuchado este tipo de canciones. Sin embargo, para ese mismo año, otro estudio demoscópico levantado por Excélsior arrojaba que dos terceras partes de los mexicanos estaban de acuerdo con la entonces recientemente dictada medida del gobierno sinaloense de prohibir los narcocorridos.
Sin embargo, la experiencia ha demostrado que la prohibición y la censura sólo profundizan la promoción, intensifican el interés y en todo caso generan clandestinidad. Y es que si el narcocorrido ha alcanzado un grado de penetración tan elevado en el país, esto se debe a la profunda crisis económica que orilla a muchos mexicanos a pensar en las actividades ilícitas como salida para acercar medios materiales de vida a sus familias.
Si bien la defensa de lo ilícito tiene un fuerte promotor en el lenguaje y la semiótica del mundo del narcotráfico, mismos que están presentes en las composiciones de los corridos que exaltan esta actividad, la impunidad y las condiciones materiales objetivas que dan viabilidad y rentabilidad a la misma son el verdadero motor de la cultura del narco, que ha invadido desde hace más de 40 años múltiples espacios de la vida cotidiana del mexicano, apoyando como puntal la generación de un mercado de consumidores de enervantes y de fuerza de trabajo que arroja ganancias millonarias a los capos.
Seguramente permanecerán en el ambiente las intenciones de censura a la cultura del narco, sin embargo, la batalla contra la ilegalidad no puede darse únicamente en el campo de las percepciones; el terreno de fondo se encuentra en las condiciones de miseria que permiten la reproducción del narcotráfico y la violencia. De ello habla la propia letra del corrido El Centenario:
un amigo se metió a la mafia porque pobre ya no quiso ser.
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