
Llegaron los padres de los muertos casi frente a la casa de Los Pinos, que prácticamente durante seis años albergó a uno de los mejores presidentes de la República que ha tenido nuestro país, mismo que se negó a vivir (porque era demasiado ostentoso) en el Castillo de Chapultepec, como había sido costumbre de los titulares del Poder Ejecutivo que le precedieron en los dos últimos siglos.
Los padres de los desaparecidos sabían con certeza que allí, ni en ese recinto ni en otro encontrarían ni apoyo ni respuesta positiva alguna y sólo la repetición del bla, bla como una constante del aparato administrativo actual.
La afirmativa reiteración del presidente Enrique Peña Nieto de encontrar la verdad sobre la trágica desaparición de los 43 jóvenes estudiantes de la Normal de Ayotzinapa fue sólo una promesa del ex gobernador del Estado de México, a sabiendas de que no puede hacerlo; aun cuando considero que él sabe con precisión lo que pasó con los normalistas, pues si alguien está informado de todo lo que pasa en el país es el titular del Poder Ejecutivo; considero que no puede hacerlo públicamente ni informar nada que sea cierto, aun cuando reitere una y otra vez su compromiso con la justicia y la verdad. Peña Nieto no puede denunciar al sistema político del que es cabeza principal.
De hacerlo, significaría el derrumbe del castillo de naipes de la que él es torre principal. De darse a conocer la realidad de ese crimen de lesa humanidad ocurrido en el estado de Guerrero, que no solamente ha enlutado los hogares de los desesperados padres sino de quienes somos conscientes de la terrible situación tanto política como social que prevalece en nuestro país, sería la hecatombe, pues una denuncia de tal naturaleza lo obligaría a separarse de la titularidad del Poder Ejecutivo y con ello vendría una avalancha difícil de contener que arrasaría no sólo al poder político, sino destruiría también el poder económico. Ni borrón ni cuenta nueva puede hacer, él mismo se pondría la soga al cuello.
Los padres de los muertos, con toda la información que se ha hecho pública, también lo saben (aun cuando no tengan precisión de lo ocurrido), y por eso consideran que la promesa presidencial de informarles sólo es otro compromiso que tampoco se cumplirá.
Por tanto desastre que ha ocurrido en el país, los rollos oficiales ya no engañan a nadie; ya no sirven más que para llenar las páginas de los diarios y no son más que un telón sobre otra cortina para distraes a público. Por eso la propuesta del gobierno de conformar otra comisión investigadora para sustituir al grupo internacional de expertos independientes es rechazada por los familiares de los seis ejecutados, de la veintena de heridos y de los 43 desaparecidos.
Finalmente la reunión se dio en un salón de la residencia oficial del Poder Ejecutivo y terminó sin ningún compromiso político oficial. El presidente Peña Nieto abandonó (dice La Prensa: enojado y sin comprometerse a nada) el salón de la reunión, sin dar respuesta alguna y no porque no la tenga, sino porque no quiere o no puede darla aun cuando reitere una y otra vez su compromiso con la justicia y la verdad.
Estos acontecimientos han despertado la conciencia nacional y enlutado a un número infinito de ciudadanos. El conocimiento público de lo acontecido con el tiempo derrumbará el castillo de naipes del que Peña Nieto es torre principal, y lo más seguro es que nunca informará de lo que realmente en Ayotzinapa sucedió.
Pero la desaparición de los jóvenes normalistas ha despertado la conciencia de miles y tal vez millones de ciudadanos que estamos conscientes y hartos de lo que sucede en nuestro país.
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