
Promesas infundadas, falso optimismo y una cínica invitación a resignarse a la realidad son pautas que los políticos suelen seguir para tratar la economía, con poco más de dos años de gobierno ya hemos llegado a la última etapa y sería bueno cuestionarse qué es lo que viene para los próximos años.
No hace falta decir de nuevo que la situación económica nacional no es una consecuencia de la mala suerte, sino de un cúmulo de malas decisiones. Habría que cuestionar al titular de Hacienda si el estancamiento que se cierne sobre el país es debido a la falta de ingresos petroleros y cuáles serían las consecuencias positivas de la Reforma Energética.
Luis Videgaray ha declarado que serán necesarios nuevos recortes y reducir las expectativas de crecimiento, por si es que alguien aún tenía esperanzas. Como si las amenazas no fueran ya bastante intimidatorias aseguró que no habrá reducción de impuestos, ya que las arcas federales van a estar necesitadas de recursos, sobre todo si quieren refrendar al partido en el poder.
Esto se mueve en un continuum que va del nosotros podemos hacerlo todo (promesas infundadas) a la economía escapa a nuestras decisiones (invitación cínica a resignarse).
Otra muestra de que estamos en la última etapa fueron las agudas declaraciones del presidente cuando fue cuestionado acerca de los impactos de la política monetaria de la Reserva Federal estadounidense.
Prefiero no tener opinión puede sonar a lo más sincero y menos dañino que se haya expresado últimamente desde la Presidencia de la República, pero de nuevo es síntoma de que la economía se observa como un ente superior del que no se tiene control, menos aún un humilde e iletrado presidente de un país en vías a convertirse en república bananera.
Así como el sexenio pasado se le podía culpar al calentamiento global de todas las cosas que salían mal a causa de no llevar a cabo una adecuada planeación urbana y de tener reservas pertinentes para los desastres naturales, ahora, por lo que resta de este largo sexenio, podrá ser la economía metafísica la culpable de que al gobierno federal no le cuadre ni una cuenta.
La experiencia, no sólo mexicana, sino internacional, ha dejado muestras de que los recortes presupuestales no solucionan las crisis económicas, pero una expansión del gasto, cuando va de la mano con grandes casas blancas y paseos familiares a las cortes europeas, tampoco suena nada atractivo.
La complejidad no es sinónimo de caos, pero en el caso de México la situación es mucho más cercana a éste, los problemas son demasiados y múltiples, difícilmente pueden corregirse atacando un solo frente: el político; sin embargo, este ya es un avance, pues con voluntad política, si bien no se echan andar industrias exitosas, sí se pueden llevar a cabo acciones estratégicas.
Por lo menos un cambio en los inmorales patrones de conducta del grueso de la clase política representaría un avance en términos de no seguir dando más malos ejemplos al resto de la sociedad, donde el gandallismo es cada día más celebrado como un valor y robar poquito o repartir el botín, una cualidad deseable en los gobernantes.
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